Kyiv, cuna de talentos, también es la ciudad natal de una de las figuras universales que transformaron la historia del ballet del siglo XX: Serge Lifar. 

 

Su viaje desde esta ciudad hacia el París de los años dorados, y su revolucionaria influencia en la Ópera de París, son un ejemplo de cómo el arte no tiene fronteras. Lifar es patrimonio de Ucrania, si bien tambien de Francia, y su huella imborrable llegó a la Argentina, al alma misma de nuestro teatro más emblemático: el Teatro Colón.

 

Allí, su eximia interpretación y sus coreografías encontraron grandes figuras del baile, y su legado se entrelazó con el nuestro. Hoy, podemos decir con orgullo que Lifar también forma parte de nuestra memoria artística nacional.

 

Este vínculo entre Kyiv, París y Buenos Aires no es casual. Es una red de afinidades profundas: un mismo amor por la belleza, por la excelencia técnica, por la transmisión de lo intangible.

Las trayectorias de nuestros artistas, nuestros músicos, nuestros coreógrafos, siguen cruzándose, como si existiera un hilo invisible que entrelaza nuestras historias.

 

En este tiempo que nos desafía a preservar y reconstruir, recordar estos lazos es también una manera sutil pero poderosa de nutrir nuestras relaciones bilaterales desde el lenguaje universal del arte. Porque el arte, como Lifar demostró, puede renacer aun en los contextos más difíciles, y convertirse en una voz que une y transforma.

 

Desde Kyiv hasta el Colón, desde Francia hasta el Río de la Plata, celebramos una herencia compartida. Y al hacerlo, reafirmamos nuestro compromiso con la cultura, con la libertad creativa y con el encuentro entre pueblos unidos por la amistad.